Es febrero. Ya llevamos un mes notando como los dias se alargan. Este año no está haciendo mucho frío por casa, y aunque sin llover en exceso, la tierra se va mojando. Las plantas, cada una a su ritmo, van saliendo del merecido reposo invernal. Esta es la 8ª primavera que vivo en este bello lugar. Sigo dando gracias por poder disfrutar la cercanía de la naturaleza.
Lo curioso es, que estos dos últimos inviernos han sido movidos y bien sociables. Ahora que empiezo a mirar de nuevo hacia nuestro jardín, observo que el inicio de la primavera me da la posibilidad de tener ratos silenciosos. También necesito estos días para sentir, y luego decidir, qué vamos a cultivar este año. Es cierto que nuestro jardín, pequeño -300m2- y con poco sol, se presta poco a las hortalizas y las comestibles en general. Con todo, alguna vez nos sorprende con hermosos regalos. Como este pasado otoño, que uno de los dos granados, nos dejó una docena de sabrosas granadas.
Una de las tareas que hago por esta época, si no hace frío, es recortar algunas matas de salvia, que tienen hongos y seco las hojas para tener salvia seca para ahumar y purificar las casas. Cuando vamos a ver a amigxs, solemos ofrecerles bolsas de estas sabias plantas, que también tienen usos medicinales para las personas. De esta manera, la planta coge fuerza y puede en un par de meses, en plena primavera, volverse más sana y lozana.
Hace un rato, despidiendo a Miguel, hemos visto en el paisaje vecino, que los ganaderos habían esparcido balas de paja, para alimentar a las vacas. Desde la distancia a la que estamos, parecía una obra de arte, con sus curvas y al lado el camino serpenteante que atraviesa la finca. El cuadro era de una bella plasticidad, y curiosamente, en estos años nunca lo había observado. Me estaba planteando a mediodía cortar la salvia, y al consultar el calendario lunar, empezaba el período mensual de la luna descendente justo 15' después, que es adecuado para podar y trabajar la tierra. ¡Qué bella sincronía!
Ya en el jardín, he aprovechado para cortar con cuchillo algo de hierba silvestre y dejarlo sobre el suelo para acolchar la tierra. Aunque pueda sonar raro, al llegar a vivir aquí, y empezar a transformar el jardín, llegé al siguiente acuerdo con las plantas adventicias del lugar: Nos respetaríamos mutuamente, yo las regularía en su expansión cortándolas y aprovechando para acolchar la tierra, y ellas podrían hacer su ciclo vital. Sólo en contadas ocasiones, las arranco. Más allá de nuestras comodidades, todo ser vivo que surge en un lugar tiene su derecho a la rueda de la vida. En casos de difícil convivencia, hay técnicas menos agresivas que reducen la cantidad de hierbas adventicias que surgen, como cartones mojados sobre la tierra, entre los que ponemos nuestras semillas o plantones útiles.
Con todo, el sentido de lo que es útil o perjudicial es relativo. Es cuestión de ser imaginativos y flexibles, para llegar a descubrir las ventajas en nuestra relación cooperativa con el lado salvaje de la naturaleza. Es también una apasionante aventura de autodescubrimiento, poco a poco nos hacemos conscientes de las numerosas creencias grabadas en nosotros que nos hacen querer domesticar y controlar lo que nos molesta en el jardín.
Ocurre como con las personas: primero nos separamos de lo que nos rodea dejando de sentir unidad; luego nos enfadamos porque tal persona o cual planta no se comporta de acuerdo a nuestros deseos, y por último, tratamos a toda costa de convencerles 'para que vuelvan al redil' mediante todo un arsenal de técnicas de agresión física o de control más sutil.
Es cierto que, en mi caso, la situación de partida es más favorable, ya que no dependo del cultivo para sacar dinero y sobrevivir. Precisamente, por esta 'ventaja', poco a poco he ido elevando el listón de "buen trato" con los habitantes del jardín.. aunque a veces no ha sido fácil o cómodo. Los pulgones son especialistas en mostrarse antipáticos e inoportunos (y no siempre hay mariquitas, o éstas parecen no devorar tantos pulgones al día como narran los libros). Con los caracoles y algunas plagas de orugas ('futuras mariposas hermosas') he recurrido a la técnica del 'destierro' al final de la calle. Tal vez no sea del todo impecable, pero de momento era una solución viable para respetarles su vida, al tiempo que no se comieran la planta, que también quiere vivir.
Este viaje de aprendizajes y de autoconocimiento, en el que he tratado de simplificar las técnicas de trabajo en el jardín, me va conduciendo lentamente a sentirme una criatura más entre el resto, y a tratar de que la inspiración o valor mayor en el cuidado del jardín, sea el crear un lugar lleno de vida, bien diversa y cambiante.
Alguno de mis experimentos bienintencionados de favorecer el desarrollo de la vida, se han cobrado su precio, como hace unas semanas que dos 'colonias' de lombrices no aguantaron el cambio de condiciones en el 'estupendo' minicontenedor que les preparé. ¿Habrá sido por el frio?, ¿O por..? Con todo, la experiencia jardinera con el nacimiento y la muerte es contínua, a veces suceden ambos en los momentos menos pensados. Y siempre es un hecho que sacude la mente, haciendo que tengamos que reconocer que la vida sabe, y que sabe mucho más que nosotros. Hasta la próxima entrega, y feliz aranque primaveral!
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