La actual crisis que está calando hondo en los cimientos de
nuestra sociedad nos invita, nos obliga, a reflexionar con sinceridad. No es
sólo una crisis económica, o social. Y es más que una crisis de valores. O
mejor dicho, ¿qué significa esto de forma concreta? Porque, hoy en día, ¿a qué
damos valor las personas? Y más allá también, ¿nos responsabilizamos de cómo
vivimos, y del precio que estamos pagando?
Recogiendo una cita
de Raúl de la Rosa en su libro ‘Geobiología. Medicina del hábitat’: “Uno de los mayores problemas con que se encuentra la medicina preventiva
es la escasa disposición que muestran la mayoría de las personas a hacerse
responsable de su propia salud, esperando encontrar remedios a sus síntomas o
trastornos –provocados en muchas ocasiones por unos hábitos inadecuados o un
entorno agresivo- y poder seguir actuando y viviendo de la misma forma. Son
escasos los que realmente quieren cambiar y, por tanto, sentirse bien y vivir
plenamente, sin restricciones fisiológicas..”
El autor escribió
estas líneas hace 20 años, y en estos momentos son más esclarecedoras que
nunca. Nuestra sociedad se consume en una frenética huida hacia delante. Ahora
que los mercados financieros nos afirman alegremente que el dinero se acaba, y
que el ciudadano medio ha de financiar las vacas flacas de los pastores
adinerados, la bendita crisis económica nos obliga a todos a mirar hacia la
madre naturaleza.
No nos queda más
remedio que rebobinar, y empezar a respetar las leyes naturales, comenzando por
apreciarlas dentro de nuestra dimensión cuerpo-mente. Esto significa aceptar la responsabilidad activa por la autogestión de la propia salud. Si las personas no se
solidarizan con ellos mismos, poca esperanza cabe para cuidar el medio ambiente
o a las gentes menos favorecidas, y para no caer atrapados en las redes de la sociedad de consumo.
En medio de este
panorama, ahora agradezco y valoro mucho que la vida me llevara hace justo 30
años (con 20 recién cumplidos) a iniciar el viaje de mi autogestión de la
salud, que luego fue seguido por el de la ecología profunda y el crecimiento
personal, con yoga, permacultura, etc..
Se trata ni más ni
menos de vivir con orden, que no significa austeridad monacal. Es más bien el
caos gozoso que existe en los hábitats salvajes de la madre naturaleza. Ellos
respiran un orden interno, que posibilita infinitas conexiones espontáneas de
vida apreciando vida en medio de tantas criaturas diferentes, minerales,
vegetales y animales. Nosotros no hemos inventado ni mejorado la vida, como
mucho estamos aprendiendo a dejar de ensuciarla y dificultarla.
No obstante, no
caigamos en el juego de la culpa, pues bloquea y no da comprensión ni
motivación para mejorar. Seamos pragmáticos y busquemos la puerta de salida al
embrollo. Respiremos y entonemos, para encontrar la buena senda desde la
alegría serena. Sólo nuestra imaginación creativa unida al amor cuidadoso nos
va a sacar de esto.
Y ha de hacerse.
Y en cada individuo, ¡y desde el libre albedrío!.. aunque el ego atrincherado
en las enfermas comodidades de la vida moderna se resista a abandonar su
madriguera llena de olorosa mierda. No le demos más importancia,.. el ego
siempre se resiste a algo, es su historia.
Como dirían los
chinos antiguos (y otras culturas nativas) necesitamos elevar nuestro nivel de
energía para la vida diaria. Y esto significa salud. La verdadera salud no es
ausencia de cuadros agudos o crónicos de enfermedad. Además, ésta, como la
muerte, son grandes maestras de la vida, en el viaje por la Tierra. Y han de
ser honradas.
Volviendo a Raúl de
la Rosa, un poco más adelante añade: “Largos años de
experiencias e investigaciones en el campo de las radiaciones y de la
geobiología en general han permitido establecer que existen distintos factores
que limitan y reducen el nivel energético del organismo. El primer y más
importante elemento de riesgo es la modificación de la radiación cosmotelúrica,
seguido de la contaminación electromagnética artificial, de la pésima calidad
del aire que respiramos en nuestros hogares y ciudades, del ruido, de una
alimentación inadecuada –compuesta de productos demasiado refinados y muchas
veces tóxicos, cuando no cancerígenos-, sin olvidar la contaminación química en
los hogares, los productos de limpieza, los tejidos artificiales o tratados
químicamente, las pinturas y barnices tóxicos y los hábitos nocivos”.
Estando de
acuerdo con Raúl, y aun llevando ya 25 años (la mitad de mi vida) como
practicante de numerosos temas de la llamada ’salud alternativa’ (otra guasa),
he de reconocer que la vida es casi siempre paradoja que no perfección. Dejar
que me explique. Llevo ya casi 8
años viviendo en una casa reformada de los años 70, nada bien construida, y con
orientación que no da apenas sol, eso sí
junto a bellos naturales parajes. Aunque todavía
pernocto una docena de noches fuera por el otro curro, intuyo que desórdenes
cosmotelúricos habitan entre nosotros (lo correcto es lo contrario, ellos
llegaron antes).
Para más inri, que
se decía antes, hemos embellecido parcela y jardín a base de cemento radiactivo
y pinturas tóxicas, dado el poco acceso todavía a materiales más sanos (uno también se deja llevar de las inercias habituales). Con
todo, tratamos de cultivar nuestra pequeña cuota de soberanía alimentaria, y
además colaboramos con un grupo de consumo local de alimentos ecológicos o naturales.
También hemos echado una mano en el experimento del CSA Barrio Tiétar de La
Adrada.
Eso sí, en el dormitorio nada de aparatos
eléctricos, y me agacho por debajo del escritorio de la sala de estar, para
desconectar el wi-fi alterador antes de irme a dormir. Por otra parte, en estos
8 años he tratado de generar la menos basura posible. Casi me lesiono una mano
pues me pasé cortando a tijera la arizónica para quemarla en chimenea o
compostar en el jardín al principio de
vivir aquí.
Este año, estoy
contento porque hemos regalado el excedente de ceniza de la chimenea a
amistades, para sus huertos. ¡Y eso que inauguramos la segunda chimenea! Con
todo, aún gastando más leña, el gasoil se ha reducido al mínimo, sólo para el
agua caliente. Y todavía tenemos llenos los depósitos del jardín de la tormenta
del seco año pasado.
En mi experiencia
hemos de fijarnos en cuando sumamos y no tanto cuando restamos, sin rayarnos
mucho, y agradeciendo que se nos permita mejorar la relación con el medio
ambiente, y conscienciarnos mejor para contribuir menos con la explotación de
personas en lejanos países. Tratamos de elegir bien lo que compramos, lo usamos con gozo
y siempre que podemos lo prestamos o regalamos tras finalizar su vida útil con
nosotros: libros, discos, ropa..
Volviendo a la salud
del entorno en casa, estamos a ver como solucionamos el hacer la toma de
tierra. Ya que cuando un amigo nos regaló la reforma eléctrica, esto quedó
pendiente. Cada trabajito de mejora en casa es un pequeño y valioso avance
hacia la salud personal. Ya nos dice el feng shui que la casa es la metáfora
del ser, ¡y qué cierto!
Vamos a plantar
hortalizas en unos días, justo antes de ir a trabajar a Biocultura en Barcelona
con el proyecto ‘Oro de los Andes’ la próxima semana. Podéis consultar los
artículos de la mesa y el cajón de hortalizas ya publicados.
Esta mañana
estuvimos entretenidos trasplantando y saneando macetas por casa, los
aguacateros recibieron una reconfortante ducha tras un largo invierno (ellos
vivían en el todavía desangelado invernadero a finalizar). Los oréganos y el
tomillo recibieron con alegría a las dos albahacas recién trasplantadas, y a
unas hierbabuenas que venían del jardín para vivir con las otras hierbas
culinarias junto a la cocina.
Lleno de alegres
flores naranjas de caléndulas canta el jardín, y a la espera de que estallen
las lilas, el blanquísimo durillo parece una novia enamorada que llama a gritos
a las abejas. Y ¡por fin! Han anidado dos sapitos en la pileta del
‘bosquecillo!.. que pueda ser para quedarse.
Un abrazo. Se nota que
nací en mayo florido.
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