domingo, 1 de septiembre de 2013

La Meditación como muerte del tiempo tal como lo conocemos (Krishnamurti, Diario 1)

     En la sección de Cristales y Meditación de nuestro blog, queremos ahora introducir unos textos que forman parte del Diario 1 de J. Krishnamurti. Hace 23 años, cuando practicaba yoga y conecté con la permacultura, la lectura de este maestro fue notablemente inspiradora para mí. En aquel tiempo me inicié en la práctica de la meditación, y probé diferentes sistemas.
      Si bien actualmente solo practico meditación puntualmente, sí concibo el estilo de vida y mi actitud ante la misma como un transcurso meditativo. Mi práctica de jardinería natural en casa para mí es meditación, y también mi actitud con la que cultivo feng shui hunde sus raíces en el sentir taoísta, al que encuentro afinidad con la manera de ver la vida que nos transmite J. Krishnamurti en sus textos.
       De hecho, en esos años leí distintos textos publicados por este autor (eran conferencias transcritas), pero del que guardo más huella fue el 'Diario 3'. Hace un par de meses sentí la llamada de encontrarlo, y hallé el primer volumen. Tras unas semanas de reposo con su lectura, ayer el texto que leí me animó a compartir con los viajeros del blog algunos de sus diarios. Espero que los disfrutéis y os sean de buen provecho.



agosto, 1961(estando K. en Gstaad, Suiza)

     La meditación sin una fórmula establecida, sin causa ni razón, sin una finalidad ni un propósito, es un fenómeno increíble. No es sólo una gran explosión que purifica, sino que también es muerte, muerte que no tiene un mañana. Su pureza es devastadora; no deja un solo rincón secreto donde el pensamiento pueda esconderse entre sus propias sombras. Su pureza es vulnerable; no es una virtud engendrada mediante la resistencia. Es pura porque carece de resistencia, como el amor. En la meditación no hay mañana, ni hay argumentos con la muerte. La muerte del ayer y del mañana no deja el mezquino presente del tiempo, y el tiempo siempre es mezquino; pero una destrucción así es lo nuevo.

    Esto es la meditación, no los tontos cálculos del cerebro en busca de seguridad. La meditación es la destrucción de la seguridad, y en la meditación hay gran belleza, no la belleza de las cosas que han sido producidas por el hombre o por la naturaleza, sino la belleza del silencio. Este silencio es el vacío en el cual todas las cosas fluyen y existen. Es lo incognoscible, y ni el intelecto ni el sentimiento pueden llegar a ello; no hay un sendero que conduzca a este silencio, y cualquier método para ello es la invención de un cerebro codicioso. Todos los sistemas y recursos del yo calculador deben ser completamente destruidos; todo avanzar o retroceder -el camino del tiempo- debe llegar a su fin, sin mañana. La meditación es detrucción, es un peligro para quienes desean llevar una vida superficial, una vida de mito y fantasía.
     Las estrellas brillaban muy claras a hora tan temprana. El amanecer estaba muy lejos; había una quietud sorprendente y aun el tumultuoso torrente estaba tranquilo y los cerros en silencio. Toda una hora transcurrió en este estado en que el cerebro no duerme sino que se halla despierto, sensible y solamente observa; durante ese estado la totalidad de la mente puede ir más allá de sí misma, sin dirección alguna porque no existe un director.  
     La meditación es una tempestad que destruye y purifica. Después, el lejano amanecer llegó. La luz venía extendiéndose desde el este, tan joven y pálida, tan tímida y apacible; vino desde más allá de aquellos cerros distantes y alcanzó las cumbres de las más elevadas montañas.  En grupos o individualmente, los árboles permanecían inmóviles, el álamo temblón comenzó a despertar y el torrente voceaba su júbilo.
    Aquella blanca pared de una granja que daba al Oeste, se tornó muy blanca. Lentamente, apaciblemente, casi implorando con humildad, el amanecer llegó y colmó la tierra. Luego, los picos nevados comenzaron a brillar tiñéndose de un rosado claro, y se iniciaron los tempranos ruidos de la mañana. Tres cornejas volaban cruzando el cielo, silenciosas, en la misma dirección; desde lejos llegaba el sonido del cencerro de una vaca, pero aún había quietud. Entones, mientras un automóvil iba ascendiendo por la colina, comenzó el día.  
     Sobre el sendero del monte cayó una hoja amarilla; para algunos de los árboles el otoño ya estaba allí. Era una única hoja, sin un solo defecto, sin una mancha, perfecta. Del color amarillo del otoño, era bella aun en su muerte, ninguna enfermedad la había alcanzado. Sin embargo, persistía aún en la plenitud de la primavera y el verano, y todas las hojas de ese árbol estaban verdes todavía. Era la muerte en toda su gloria. La muerte estaba ahí, no en la hoja amarilla, sino realmente ahí; no la inevitable muerte tradicional, sino la muerte que siempre está ahí. No era una fantasía sino una realidad imposible de abarcar. Está siempre ahí, a la vuelta de cada curva de un camino, en cada casa, con cada dios. Ahí estaba en toda su fuerza y belleza. (..)
 
 

2 comentarios:

  1. ... K. siempre inspirador, fresco, joven y asombroso. Su mensaje siempre ilumina. su voz no puede morir.
    Un fuerte abrazo. Nayo

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    1. Me alegro Nayo por la sincronía, si te apetece hojear el 'Diario1' te lo puedo dejar en unas semanas. Un abrazo, si vienes a la Ventana hoy te veo allí al anochecer.

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