En primer lugar, se practica la confianza. Confianza para con uno mismo, ya que con el paso de las sesiones, una se va soltando y se da cuenta de que puede participar aunque no sea un virtuoso de ningún instrumento. También confianza con el resto del grupo, ya que no se exige ni nivel ni conocimiento alguno, sólo queremos experimentar una experiencia musical gozosa juntos. Y cuando te quieres dar cuenta, la confianza da la mano a la creatividad.
De manera 'casual', en un momento dado, vamos descubriendo que sí somos capaces de sacar sonidos más o menos armoniosos, en especial cuando nos dejamos llevar por el instinto, y 'nos soltamos'. Este proceso de soltar, de ser más espontáneos, nos lleva a recuperar experiencias placenteras, tal vez de nuestra niñez ya lejana. Cerrando los ojos, como si viajásemos, ocurre que el cuerpo sabe música, y poco a poco entra en calor, y se entusiasma con la experiencia.
Además, la experiencia cuando se hace frecuente, nos permite constatar que cada sesión es una oportunidad para abandonar tensiones y bloqueos varios. Es parecido a la meditación, cuya higiene mental hace que nos recuperemos, simplemente por dedicar una rato a que la mente apenas trabaje y se esfuerce. En el caso de los círculos de sonido, estas 'sanaciones' espontáneas pueden tener un efecto más o menos duradero, y sobre todo a las personas que participamos, nos apetece repetir.
Con cada nueva sesión, vas trabando un lazo más profundo con los otros navegantes, tal como ocurre en los viajes largos a tierras exóticas. Y además, a menudo, encuentras a personas 'desconocidas', con las que, después de una sola sesión, uno experimenta cercanía y fraternidad. La música contínua y la alegría dan lugar a sentimientos y momentos especiales, gracias a esas herramientas fabulosas, nuestros queridos instrumentos, y también a las infinitas posibilidades sonoras de nuestras voces.
Otro aspecto que me gusta destacar, tiene que ver con la itinerancia y movilidad de nuestros círculos de sonido. Como con las 'troupes' de titiriteros de antaño, vamos recorriendo hogares, allá donde los moradores abren puertas y corazones. Y esto es bien especial, porque uno va conociendo vecinos, que aunque lejanos tal vez en kilómetros, son bien cercanos en afinidades y ganas de compartir.
Algunos días, tras el círculo, la conversación y el compartir comida o anuncios interesantes es breve, otras veces la tertulia se alarga, porque se abren amplios pasillos después de tan musical recibidor. Sirva como muestra, la experiencia de ayer, tan fresca en el cuerpo, aún donde pude conocer a gente nueva: Santiago, Silvia, Beatriz, Claudio, Julián. Y donde el amigable fuego que nos preparó nuestro anfitrión, dio pie a un compartir largo y sentido. Con cada círculo, con cada nuevo hogar que se suma, vamos retejiendo mágicamente la comarca, y la música nos va uniendo, fortaleciéndonos y alimentándonos.
Qué más puedo contarte, que desear que te animes e incorpores a esta sencilla y entrañable experiencia. Seguro que la disfrutas bien, y la recomiendas a otrxs, cantando.. digo corriendo la voz. Si no lo piensas, seguro que llegas a vivirlo como lo más natural del mundo, y no te sientes raro, como si fueras un ratón tocando la trompeta. A lo mejor en el cuento, nuestro querido flautista de Hamelin, tuvo un gran maestro roedor en alguno de estos maravillosos círculos de sonido de los bosques de Valle Tiétar. Abrazos sonoros!
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