jueves, 4 de abril de 2013

La casa como un ser

  
  

 

 
 
    Los siguientes párrafos inspiradores  son del libro de Denise Linn 'Hogar Sano':

     "Una casa es el reflejo de uno mismo. Refleja nuestros intereses, nuestras creencias, nuestras vacilaciones, nuestro espíritu y nuestra pasión. Transmite aquello que pensamos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Una casa es algo más que un lugar en el que descansar y refugiarse de los elementos.
     Es un espacio en el que uno puede ponerse en contacto con el universo. Es un punto de intersección en el tiempo y el espacio que puede atraer o repeler la energía. Su casa puede ser un lugar de renovación y de esperanza. Puede ser un santuario en el que refugiarse y recargar las pilas durante períodos de cambio; un oasis en medio de la confusión.

     Las casa pueden ser centros de curación y regeneración. Su casa no sólo puede ayudarle a estar más fuerte y sano, sino que, además, puede ser un modelo de armonía en el que usted y todo aquel que entre será invitado a ascender a un nivel superior de frecuencia espiritual superior."
     Para entender como proceder a despejar el espacio de su casa, primero ha de comprender y aceptar estos principios: Todo está compuesto de energía que cambia constantemente. Usted no existe independientemente del mundo que la rodea. Todo tiene consciencia. Si entiende estos principios será consciente de que su casa está compuesta de energía; no existe independientemente de usted; es un ser que evoluciona."
 
     A muchas personas que sólo consideren a la casa como un mero espacio arquitectónico a ser usado, les chocará esta descripción de nuestra casa. Una acepción eminentemente racional, que excluye sentimientos y visión, no cuadra con esta manera de considerar el hogar.  De alguna manera, la persona ha de llegar en su vida a comprender que lo real es algo más que lo que podemos ver o medir y tocar.
 
     Y, sin embargo, muchas culturas nativas del planeta desde milenios viven en función de esta visión holística de la vida. Para ellos, sus espacios son sagrados y pulsan llenos de energía y magia. Los consideran úteros y nidos, donde alimentarnos y regenerarnos, donde importa que lo mejor de las fuerzas de la naturaleza impregne de salud los lugares que habitamos.
 
 
 

 
     Esta acepción de la vida está llena de agradecimiento en vez de prepotencia o presunción por controlar -y ensuciar- la naturaleza, la gran madre. Nosotros podemos aprender cuidando nuestras pequeñas casas, el cuerpo-mente y nuestro hogar. Hemos de dejarnos enseñar para gradualmente ir entreviendo y sintiendo los misterios de la
vida.
 
 
 
 
 
 
     Y sí es cierto que podemos convertir nuestros hábitats en lugares saludables, más aún sanadores. Porque la belleza y el amoroso cuidado son fuente de sanación. Y una casa que expresa estas cualidades hace que sus visitantes se sientan en ella reconfortados y queridos.



 
     Nuestra sociedad estresante precisa de volver a introducir belleza y paz, alegría y magia en las casas, en los sitios donde nos regeneramos de nuestras aventuras y esfuerzos en el mundo exterior.
 
 
 
     Para ello, volvamos a crear dentro de nuestros hogares, disfrutando con lo que expresen nuestras manos al construir o cultivar, nuestra voz al cantar y nuestro cuerpo al bailar y al amar. Restituyamos sencillamente la facultad de aportar vida al entorno que nos rodea, y gozar por ello.



 
    
 
 
 
 
 
 
           
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 


 
           

 

           

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